La preocupación puede ser engañosa. En el extremo leve, puede interpretarse como útil o afectuoso y puede ayudar a los estudiantes a superar su prueba de ciencias con una preparación excesiva. Por otro lado, puede convertirse en un despiadado dictador que gobierna tu vida. La preocupación es repetitiva y se disfraza de resolución de problemas, cuando en realidad es ¡exactamente lo contrario! Comprometerse con la preocupación causa más preocupación. A menudo les digo a mis clientes que es como fertilizar las malas hierbas. Es astuto y puede comenzar a afectar negativamente tu salud mental y física sin que te des cuenta. A veces las personas no son conscientes de cuanto se preocupan. La preocupación crónica puede tener efectos devastadores, tanto mental como físicamente.
La preocupación se vuelve problemática cuando interrumpe el sueño, dificulta la concentración, impide la realización de tareas, resulta en la evitación de la escuela o el trabajo, o interfiere en las relaciones, entre otras intrusiones en la vida diaria. Debido a que la preocupación es un proceso interno que afecta la mente y el cuerpo, también puede causar enfermedades breves y a largo plazo enfermedades más severas como, por ejemplo: problemas digestivos, fatiga y dolores de cabeza, debilidad del sistema inmunológico, pérdida de memoria de corto plazo, enfermedad de las arterias coronarias y ataques cardíacos, por nombrar algunos.
¿La buena noticia? La preocupación se desarma fácilmente. Es fácil de tratar y se puede poner en su lugar. Podrías decir: “He sido una persona preocupada toda mi vida, al igual que mi madre y mi abuela lo fueran. No sé cómo no preocuparme”. Si este eres tú, no estás solo. Nadie que se preocupa puede, en realidad, parar de preocuparse. Dejar de preocuparse no es el objetivo.
Me acuerdo del poema de William Carlos Williams llamado “La carretilla roja” originalmente publicado en el libro Spring and All (1923):
so much depends
upon
a red wheel
barrow
glazed with rain
water
beside the white
chickens
Si te dijera que no pienses en el color de la carretilla o de las gallinas mientras lees esto poema, ¿podrías? Del mismo modo, nadie puede decirte que no te preocupes, ni siquiera tú mismo. La preocupación estará allá. No podemos evitar qué pensamientos nos vienen a la mente, pero podemos usar la discreción eligiendo qué pensamientos mantener, a cuáles le dar mérito y cuáles permitir que guíen nuestro comportamiento.
Cuando definimos un problema de salud mental como parte de nosotros, en oposición a nuestra identidad, el problema automáticamente se vuelve más manejable. La experta en ansiedad Lynn Lyons enseña que debemos identificar nuestra “parte preocupante”, asignarle un nombre y ponerle efectivamente en su lugar. No lo evites ni intentes no pensarle y definitivamente no dejes que te convenzas de que debe infiltrarte en tu vida. Contrariamente, reconozcas que está ahí y que es solo una parte de ti. Identificar las partes más sanas de uno mismo también. Habla con tu preocupación como si fuera alguien o algo para lo que no tienes tiempo. Justo cuando te resistes o eliges no ver una escena en una película o un programa de televisión que no te interesa,
puedes elegir no comprometerte con tu parte de preocupación. Con práctica y perseverancia, y la ayuda de un terapeuta si es necesario, puede dejar de ser un “preocupado” y comenzar a preservar su salud, tus relaciones y tu vida.
Lynette Spencer es una trabajadora social clínica con licencia y copropietaria de Action Consulting and Therapy en Ginebra, Illinois.
Lilian Contin – translator